Estoy en el lugar inaudito
- en mi centro
en mi principio -
escucho los sonidos imposibles:
la sonrisa de mi padre atravieza los tiempos
y llega hasta mi, impecable
- él y yo seguimos jugando -.
El laberinto se va desvaneciendo en esta música nueva.
He escondido en este espacio fántastico,
atiborrado de colores
atiborrado de juguetes que siempre van siendo nuevos
atiborrado de libros amigos, de tesoros,
a la niña de 10 años que fuí.
El laberinto ha sido
la fortaleza irrebocable
el lugar de juegos,
la preservación,
la protección
- sin entrada, sin salida -.
Mi abuela
camina por el laberinto,
va enrollando el hilo
y teje, tejemos.
Me muestra sus puntadas para que yo busque,
yo invente
unas puntadas mías
unas puntadas propias.
Visibilidad,
claridad,
todo queda al descubierto.
Ahora el Minotauro resplandece,
me mira.
A los dos nos ha cambiado la mirada:
nos conocemos de memoria,
hemos emprendido cacerías tácticas
sin querer encontrarnos.
Nos hemos hecho guerreros tristes, guerreros cansados.
¿Quién ha ganado?
¿Tienes idea de lo qué hemos perdido, Minotauro?
¿Qué lugares hemos transitado encarnando el miedo?
Hemos asestado golpes fatales
dando en el blanco,
hiriéndonos de muerte pero incapaces de destruirnos.
Nos hemos desangrado.
Ambos somos implacables y fuertes,
Ambos estamos solos y tenemos miedo.
Ahora
el laberinto es absorvido por la tierra
por la madre
y tu existencia Minotauro,
pierde sentido.
21 de Octubre de 2.012
Buenos Aires, Argentina
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